Blogia

Cerrolaza

DE MÁS

DE MÁS

La vela corta el roble de tu sombra con su cuchillo tenue anaranjado,

yo sigo aquí, sentado, y soy consciente de que el hoy es a veces el futuro.

Mañana no era tarde para juntar nuestros labios, ni ayer será temprano.

Afuera, quizás nieva, pongamos que caen copos que no saben

nada sobre el calor de nuestro hogar.

Hoy un abrazo, tan sólo, nos ha servido para hacernos el amor; y sobran las palabras

muchas veces, en especial aquellas que están de más - claro -

y aquellas que impiden terminar este poema con un beso.

CONTRA UN MUNDO DE DRAGONES

CONTRA UN MUNDO DE DRAGONES

No te ahogues en un vaso

si es de agua y no de güisqui,

si sus hielos te congelan

la sonrisa hasta mañana;

no me digas que parece,

porque puede parecerte

que, sea como sea, estén

haciendo el amor tus verbos;

no transmiten por la radio

nuestro ardor, nuestro partido,

ni tampoco nuestros goles,

ni ese final que se anuncia

sin pitido.

 

Hartos de las negaciones,

decidimos poner calma,

darnos besos y besarnos

de la frente hasta la espalda.

Y rimando en asonante

descubrimos un sendero

que no es que llegue hasta el cielo,

pero que en el cielo cabe:

un ladrón de guante blanco

y una princesa encantada,

como un Robin Hood sin arco

o un Guillermo Tell y un niño

sin manzana,

así, como dos historias

contra un mundo de dragones,

nos metemos en la cama

acallando nuestras voces;

en la noria

giran, giran (vueltas,

          vueltas,              vueltas,

                     vueltas),

como si fuesen eternas,

nuestras llamas.

ECHÓ EL CANDADO

ECHÓ EL CANDADO

Ganó tres alfileres y una gota

de sangre en el meñique;

firmó el papel, dejándolo por nota:

“cierro por vacaciones la boutique”.

 

Cerró; echó el candado y, cual gaviota

con un gesto alfeñique,

voló del vaso tibio al alambique,

botando como bota una pelota.

 

Sus ojos fueron cuatro eternamente,

sus huellas de culebra,

su sitio preferido fue Ginebra;

 

la tónica, recuerdo vagamente,

era sentirse al borde de la quiebra,

bañando su nostalgia en aguardiente.

UNA PALABRA TUYA

UNA PALABRA TUYA

Tan sólo una palabra

tuya al oído

llena mi corazón

de escalofríos.

 

Tiembla mi corazón

de escalofríos

si una palabra tuya

llega a mi ombligo.

 

Tan sólo una palabra

de rebeldía

levantará mi puño

hacia la vida.

 

Levantaré mi puño

hasta los cielos

si una palabra tuya

llega a mis huesos.

 

Tan sólo una palabra

tuya, princesa,

y mataré dragones

que te atormentan.

 

Y mataré dragones

por ti, princesa,

si con una palabra

hoy tú me besas.

NO ME HABLES QUE NO TE ESCUCHO

NO ME HABLES QUE NO TE ESCUCHO

SORDETO O SONETONE

 

Un soneto tan sordo que es callado

pero debes gritar por que te escuche,

que guardó sus orejas en estuche,

susurrando en el tímpano cerrado;

 

un soneto silente y aparcado

a la sombra tenaz de un acebuche,

cuando sueña agarrado a su peluche

puede oír la voz de alguien a su lado.

 

Era una trompetilla haciendo ruido

– ¿cómo dice?, repita, hable más alto –,

era a veces un poco impertinente.

 

Se tiró desde el puente del sonido

– no sé si dijo brinco o dijo salto –;

y no fue capitán, que era teniente.

MUDETO

 

Hoy tengo como un mudo en la garganta,

hhh hhhh hhhhhh hhhhh h hhhhhh,

hhhhhhhh, hh hhhhhh hh hh hhhhhh,

hh hh hhhhhh hh hhhhhhh hh hh hhhh,

 

Hhhhhh hhhhhh hhhh hh hhh hhhhhh

hhh, hhh, hh, hhhhh hhhhhhhhhhh h hhhh,

hhhhhhhh, hh hhhhhh hhhhhh h hhhhh;

hh hh hhhhhh hh hhhhhhhhh hh hhhhhh.

 

Hhhhhhhh, hh hhhhhh hhhhhhhh hhhhhh.

Hhh, hhh, hh, hhhh hhh hhh hhhhh,

hhhhhh hh hhhh h hhhhhhhhh hhhhhh hh;

 

hhh hhh hhhhhhh hhhhhhhhh h hhhh,

hhh hhhhhh hhhh hhhhhh, hhhh hhhhhh;

y podría seguir, mas no me escuchan.

LA CIGÜEÑA FÁTIMA PARA ACORTAR (incluye aclaraciones para niños)

LA CIGÜEÑA FÁTIMA PARA ACORTAR (incluye aclaraciones para niños)

Aquella cigüeña se sentía más triste que una cereza verde porque no había tenido hijos. “¡Yo sólo quiero un cigüeñín!”, se lamentaba; pero su deseo nunca se cumplía. Un día se le ocurrió una idea, “si no puedo tener hijos propios, tendré hijos ajenos”, y puso en marcha su plan. La cigüeña planeó y planeó, es decir, que planificó su modus operandi y voló hasta lo más alto para luego dejarse caer bailando con el viento, de ahí que planease (de planear, ref. hacer planes o proyectos) y planease (de planear, ref. volar con las alas extendidas e inmóviles) - ¿entendéis, niños? -; pues bien, decía que la cigüeña se dejó caer a través de una chimenea hasta llegar al salón de una casa cualquiera de París - ¿conocéis París?, pues es muy bonito: tiene un río, una torre muy alta, varios museos, plazas, tiendas, cines... es una ciudad linda y original - y allí agarró un bebé con el pico, pues las cigüeñas, sabréis, no tienen manos como los chimpancés, y se lo llevó volando como un águila, aunque se parecía más a una cigüeña que a un águila, la verdad sea dicha.

 

En días posteriores, nuestra amiguita, la Cigüeña Secuestradora de Niños (la llamaremos Fátima para acortar), se dedicó a ir de casa en casa y de chalet en chalet recogiendo bebés y más bebés hasta tener ciento uno. Y no, no se hizo un abrigo de piel de bebé, porque no se llamaba Cruela Devil, sino Fátima para acortar, no, nuestra amiga se dedicó a ser mamá. Imaginaos la estampa: una mamá primeriza y sin manos con ciento un bebés llorones, dormilones y comilones (como vosotros cuando érais pequeños). Se cansó a los dos días y decidió devolverlos casa por casa y chalet por chalet; sin embargo, dado el hecho de que no había apuntado las direcciones en una agenda, porque, sabréis también, sabiondos, las cigüeñas no llevan abrigo ni camisa ni bolso y, por tanto, no tienen dónde guardarse un agenda, no fue capaz de recordar a qué casa pertenecía cada bebé - tened en cuenta que las cigüeñas no se parecen a los paquidermos y no se puede decir de ellas que tengan memoria de elefante -; así que lo que hizo fue dejar caer a los niños de casa en casa totalmente al azar, como en un juego de dados en el que se apuesta pasta italiana a la carbonara.

 

Cuentan que la cigüeña Fátima para acortar se quedó con un bebé al que llamó José, pero todos le decían Pepe. Pepe creció y se convirtió en un joven apuesto (como en los juegos de azar italianos) al que un día le dio por probar el sabor de la carne de cigüeña, pero ésa es otra historia.

 

En fin, Manolín y demás niños, ahora sabéis de dónde viene el dicho de que las cigüeñas traen a los niños de París, pero no os lo creáis, que es mentira podrida, como los huevos, los huevos podridos, claro... clara, y yema. FIN

LA MIRADA

LA MIRADA

Desde aquí veo las montañas de Gijón y bailo

en las nieves de sus picos;

desde aquí huelo las rosas rojas de tu jardín en Cuzco

y la tarta de manzana de la señora de esa esquina de Azuqueca;

desde aquí palpo las mejillas suavitas

de aquellos trillizos de Ruanda

y siento en las yemas de mis dedos

el calor del Vesubio;

desde aquí le hablo al árbol más viejo de Central Park,

y al más joven, y me escuchan los sueños

con papagayos y mantas que abrigan en todos los agujeros;

desde aquí oigo a tu padre contarme el cuento

de antes de dormir y a tu hijo llorarme la incipiente

salida de uno de sus dientes, allá en vuestro París;

desde aquí, en mi Sao Paulo, saboreo las vidas

a las que no llego a vivir por mí misma, porque no soy tan alta,

ni tan lista, ni tan guapa, y tampoco tengo escalera

o taburete, para subir y llegar a los frutos de esas vidas;

sin embargo, consigo probar su néctar con mi voz y mis sentidos,

porque poseo mi mirada;

sí, tengo La Mirada, y en el mar en que navega,

no hay pirata que se atreva a robarla.

 

 

AMOR VERANIEGO

La eternidad terminó en cuanto volvieron a casa tras las vacaciones.

NUEVO DOCUMENTO DE TEXTO, DE RAFAEL SARMENTERO

NUEVO DOCUMENTO DE TEXTO, DE RAFAEL SARMENTERO

Nací guapo, bien y pronto,          

8 AM, ochomesino,

lo primero que yo dije

ya era un verso alejandrino.

 

 (...)

 

Fue por tanto ese momento en

que empecé a escribir novela;

la virtud de la poesía es

que cabía en una esquela.

 

(...)

 

Adopté el Romanticismo

sin saber lo que era aquello;

luego supe que era un niño

que te agarra por el cuello.

 

Y odié a Bécquer y odié el Mundo y

me casé con Espronceda;

de las tardes de instituto, e-

so es lo poco que me queda.

 

(...)

 

El pasado me ha servido

para estar en el presente;

aunque no es un gran partido,

de momento, es suficiente.

Y la vida por delante

me la dejo en el tintero,

pero lo único importante

es que yo también te quiero.

 

Rafael Sarmentero. Biografía

 

     

No, no os voy a contar el Cuento de María Sarmiento, sino el de Rafael Sarmentero, que es de verdad. Hace ya unos años, Rafa lanzó una piedra, la primera, escribiendo:

 

Da igaul lo que ecrsiba,

udteses sempire lreeán

lo que les vegna en gnaa.

Poco después, escupió una duda: ¿Quién es mejor: Borges o yo? y, como no podía ser de otro modo, se declaró justo vencedor. A partir de ahí todo fueron elogios: Sin problema; su estupendo poema Biografía; Yo soy Dios... y varias poesías más que me hubiese encantado encontrar en su primera obra impresa: Me equivoco, luego existo, Cursilario, Simple de amor, Marta Noviembre (ésta no está porque es demasiado reciente), Con el pelo juegas, pelo, etc. Entre ellas, echo especialmente en falta - no porque sea la mejor, sino por cuestiones cerrolatianas - la que sigue:

Visto y no visto

Un soneto, sin “ne”, se vuelve un soto,

un soto que podría ser un seto,

un seto que supero por el reto,

el reto de anunciar que ya está roto.

 

El roto, en cierto modo, es este rito,

un rito que me hará pasar el rato,

el rato cuyo tránsito es muy grato

y es grato porque alivia como un grito.

 

El grito ha de seguir, como hace el grifo,

el grifo de los párrafos que rifo,

que rifo, aunque es mi angustia quien los rifa,

 

los rifa, comercial, como la grifa,

la grifa que me causa tanta grima,

la grima que me brinda al fin la rima.

 

Rafael Sarmentero combina su perfección en la melodía y su creatividad juguetona con una vena macarra, chulesca, vacilona que, como él diría, “es una pasada”. En Nuevo Documento de Texto sí que podréis encontrar: Metamorfosis, Sociografía, Autoindefinido, Al fin como al principio, Sustantivos infrecuentes... y muchos más poemas con estrofas sobresalientes, algunos que son puro juego literario y otros todo desparpajo y mezcla de corazón con razón. Sí, creo que es una buena manera de definirle como escritor.

 

Al igual que la semana pasada os aconsejé el nuevo libro de César Ulla, hoy os recomiendo este regalo de Rafael Sarmentero, poeta y caballero.

 

 

La Estudiante, el Metrosexual, el Otro y yo

 

La estudiante preside el autobús.

Para ella somos súbditos,

peleles que veneran su excelencia.

Es consciente de su imponente físico,

de los ojos que ocupan su figura.

Se pavonea con la boca llena

de sonrisas vacías.

 

El metrosexual

estila su fachada en el gimnasio.

Se peina con gomina las dendritas.

Selecciona su esencia

con vana trascendencia.

Le preocupan la caspa y los zapatos

y domina los piercings.

 

El otro, uno de tantos,

se aplica cada día en su trabajo.

Sufraga los excesos de sus jefes.

Y cuando llega el sábado,

cultiva su alter ciego en discotecas.

Descubre que es feliz

el domingo a las cinco de la tarde.

 

Y por desgracia, yo,

que aún no sé vivir sin entenderlos,

desprecio a la estudiante,

me pasmo ante el buqué del narcisista,

bostezo ante el autómata

y siento por sus tres simplicidades

esta especie de envidia.

 

 

La Vida

 

Oro parece;

plata, no es;

la vida es cala;

la vida es conde;

la vida es mera;

la vida es cama;

la vida es capa;

la muerte es pera.

 

De los Simios

 

Prepararon el viaje durante varios siglos

estudiando la ruta hasta el mínimo amstrong;

repasaron los datos por enésima vez

y cualquier contratiempo parecía imposible.

 

Los soles que avistaron todavía no existen,

ni ha nacido el artista capaz de imaginarlos;

los agujeros negros y demás accidentes

durmieron en un pliego de su mapa sidéreo.

 

Finalmente el vigía gritó: ¡Tierra a la vista!

Y el azul de la vida irrumpió en sus consolas.

Qué fracaso de historia.

Vinieron a La Tierra buscando inteligencia

y encontraron personas.

 

 

 

Rafael Sarmentero. 2008. Nuevo Documento de Texto.

  • Se puede adquirir solicitándolo por e-mail

(Indicar dirección postal y cantidad de libros deseada. Precio: 7,49 Euros + gastos de envío).

PARAÍSOS MÚLTIPLES, DE CÉSAR ULLA

PARAÍSOS MÚLTIPLES, DE CÉSAR ULLA

Supongo que, igual que yo, tenéis varios poetas que os encantan y, supongo que, igual que a mí, os ocurre que entre ellos hay unos cuantos más que conocidos y otros que consideráis verdaderos descubrimientos porque no son famosos, de momento, son casi como un secreto. A mí me ocurre con muchos: Espuma, Perseida, Chus, Lau, Javi, Rafael Sarmentero, Diego Jerez, César Ulla, Supalí, Agustín Sánchez Antequera, Lurdena, Francisco M. Ortega, Francisco Cenamor... A la mayoría los he descubierto a través de blogs y, con el paso del tiempo, he podido disfrutar de los primeros libros de algunos de ellos; y es un fastidio, porque, aunque te alegras muchísimo por ellos, piensas que se te escapa uno de esos secretos que tan bien guardados tenías.

 

Pues bueno, el caso es que por fin tengo en mis manos Paraísos múltiples, un libro que tuve la suerte de ojear unos meses antes de nacer, cuando sólo era un embrión; ahora, recién horneado, me sabe a magdalenas con pepitas de chocolate cuando lo leo mientras me tomo el café de la mañana.

 

A César Ulla le dio el punto un día y pensó: “voy a organizar un concierto de Poesía” y así lleva ya tres años, ofreciendo en Toledo el Encuentro de los Argonautas, donde convierte un recital de poesía en una actuación: músicos cantando versos, un jefe de cocina invitando a los comensales a comer poesía y poemas, claro, muchos poemas rimados y sin rimar, clásicos y modernos, de un grupo de amigos de una noche y amigos de muchos años que va desde los quince años hasta los ochenta y nueve, imaginad la variedad; unos recitan, otros gritan, alguno se atreve a leer en Sirio y el de al lado le traduce, cualquiera canta y al Cerro, claro, se le lengua la traba.

 

Y ahora puedo recordar esos encuentros, y soñar los que vendrán, leyendo versos como los que siguen:

 

     ACRÓSTICO III

 

     Sucede que mi ojo derecho llora

     Una vez al día al menos.

     Cada lágrima que de él se escapa

   En mil palomas mensajeras se transforma.

     Sucede que el izquierdo tiene envidia,

     Imagina con sarcasmo que son gotas,

    Oscuras gotas de alcohol que abrasan,

    Nitrógeno tragado por una retina.

 

    De paso el labio, que nada calla,

    Evidencia que se escapa algo a su vista.

 

    (...)

 

    Sucede que mi ojo derecho sufre

    Inundaciones a diario, goteras,

    Necesito urgentemente un fontanero.

 

    Sucede que mi ojo derecho llora,

    Encuentra triste que te eche de menos.

 

 

    XIV 

    Como dejes de mirarme

    un solo segundo,

    me cortaré las manos.

 

        SI ES UN ERROR AMARTE

 

      Si es un error amarte, lo admito:

      estoy equivocado,

      pero que nadie me robe la euforia

      ni la vida que respiro por quererte.

     Si estoy loco por estar a tu lado, es cierto:

 me ata invisible a ti una camisa de fuerza,

    pero que nadie intente separarnos

    ni romper los lazos que nos unen.

 

    (...)

 

    I

   Si tu cuerpo y el mío

   forman uno solo...

  ¿Cuántos son uno más uno?

 

  VI

  Soñar un mundo perfecto es fácil,

  ¡qué fácil es soñar una utopía!

  La siguiente es mi parada.

 

  XIII

  Deja de mirar cómo llueve fuera

  y coge el maldito teléfono,

  tal vez sea el hombre del tiempo.

 

César Ulla: Paraísos múltiples. 2008, Toledo, Grupo NEDJMA

 

 

 

SÓLO PROSA

SÓLO PROSA

 

Yo te robaré la sombra,

tu belleza no debe rozar el suelo.

Yo besaré tus pisadas,

tus huellas ligeras.

 

No volarás, mariposa,

pueden tus alas hacer un aspaviento,

un amago a tus espaldas,

si llegó la primavera.

 

Pero será sólo prosa,

la máquina de escribir en movimiento,

las teclas intercaladas,

palabras en vena.

 

Poesía pensada airosa,

recuerdos, añoranzas, nostalgia, anhelo.

No podré ver esperanza,

castillos de arena.

 

Porque seré sólo prosa.

Allí, en la playa

Allí, en la playa

Una lechuga iba rodando montaña abajo, la habían lanzado unos pilluelos para ver cómo se rompía al chocar contra alguna roca, sin embargo, la lechuga saltó los obstáculos y consiguió llegar rodando hasta el mar, allí se tumbó en la arena para ponerse morena. En esto que apareció un tomate y le dijo: "ten cuidado, lechuguita, yo estaba verde como tú y mira lo colorao que me he puesto por tomar el sol aquí" y soltó una lagrimita de ketchup. A la lechuga no le había dado tiempo a responder cuando oyeron llorar un bebé; se levantaron preocupados y fueron rodando un poco más allá, hacia el llanto; cuál fue su sorpresa al darse cuenta de que no había ningún bebé, sino una cebolla, porque las cebollas hacen llorar a los hombres, pero lloran como los niños; Lechuga y Tomate intentaron consolar a Cebolla, para lo que se pusieron a jugar al veo veo: "¿qué ves?" - dijo intrigada Cebolla -; "una cosita que empieza por la C", respondieron al unísono Tomate y Lechuga; pero, por desgracia, amiguitos, no les dio tiempo a terminar el juego... resulta que esa cosita que empezaba por la C era yo, Cerro.

 

Aquella mañana me hice una de las mejores ensaladas que recuerdo. Y allí, en la playa, mientras contemplaba jugar a las olas con el ritmo, me la comí en un periquete, claro.

BRUGAL, POR SUPUESTO

BRUGAL, POR SUPUESTO

Allí estaba Andrea, sentada en el mismo taburete de madera de siempre, bebiendo, como de costumbre, un cubata de ron con limón (Brugal, por supuesto), el cual llevaba a sus labios sin dejar en ningún momento de mirar fijamente al jugador de futbolín, el Futbolinista le llamaba yo, pues todos los fines de semana lo veía allí, en la taberna, sin soltar nunca, excepto para dar caladas a esos cigarros que fumaba de forma compulsiva, los mandos del futbolín.

 

Todas las noches que fui en mi vida a esa taberna - y puedo aseguraros que no fueron pocas - el Futbolinista estuvo allí, parecía ya parte del mobiliario de la taberna. Igual que Andrea, sentada en su taburete, bebiendo su ron con limón (Brugal, por supuesto), mirando fijamente al jugador de futbolín. Era divertido entrar en la taberna y pensar en ellos como dos estatuas de cera, como si formasen parte de la decoración del local. De hecho, Andrea parecía haber escapado de la sala de torturas del Museo de Cera de Madrid, pues tenía absolutamente todo su cuerpo lleno de cicatrices, solía llevar minifalda y top, de modo que dejaba ver su precioso cuerpo, que lo tenía realmente perfecto, lleno de cicatrices, todas iguales, por toda su piel.

 

Dicen que los lunares son símbolo de belleza, y debe ser cierto, pues cuanto más bella es una mujer, más lunares suele tener; por otro lado, las cicatrices no se consideran algo atractivo, sino todo lo contrario. Puede ser, a nadie le haría gracia tener una cicatriz en la cara, ¿no? Puede ser también que Andrea hubiese sido más bonita aún de no tener esas cicatrices. Quizás. Pero no creo que, de no ser dueña de esas marcas únicas, hubiese conseguido ser también la dueña de mis sueños. Seguramente, la primera vez que la hubiese visto, habría pensado algo así como “¡qué tía más buena!” o “¡menudas piernas!” o “¡vaya un par de…!” - bueno, esas cosas que pensamos siempre los hombres, haciendo gala de nuestros más puros sentimientos y de nuestra constante búsqueda de sabiduría, al ver una mujer atractiva -; en fin, quizás hasta me hubiese atrevido a decirle algo y a invitarla a un ron con limón (Brugal, por supuesto) e, incluso, podríamos haber llegado a marcharnos juntos del bar y, tras compartir sudores y besos, haber fumado un cigarrillo o dos antes de despedirnos y seguir cada uno su camino. Sin embargo me alegro de que Andrea tenga esas cicatrices que la hacen única; me alegro de no poder dejar de soñar con ella ni un solo día, de soñar varias veces al mes, por ejemplo, que estamos los dos solos en una habitación de color verde sin mueble alguno y ella me mira, me sonríe y, lentamente, comienza a arrancarse una a una todas las cicatrices de su piel, quedando totalmente desnuda; o que estamos en la taberna y, de repente, Andrea da un salto de su taburete, corre hasta mí, me abraza fuertemente y comienza a traspasarme sus marcas provocándome el más intenso dolor y, a la vez, el más ardiente placer; o - y éste es el sueño que más se repite - que resulta que el Futbolinista es el amante de Andrea y ella no tiene ninguna cicatriz y yo, que resulto ser su marido, entro en la taberna furioso, pues, tras meses de dudas debido a pequeños rastros, pequeños despistes de los dos amantes, he acabado por notar los dos cuernos que llevo por sombrero desde hace meses, o puede que años. Y allí, en la misma taberna donde me enamoró la primera vez que la vi sentada en un taburete, bebiendo un ron con limón (Brugal, por supuesto) y mirando fijamente a mi mejor amigo, quien se encontraba jugando, como siempre, una partida de futbolín, es donde llevo a cabo mi venganza, donde estampo al cabrón contra su juego preferido, quedando empapado de rojo el antes verde campo del futbolín, y donde, rompiendo el vaso de tubo del cubata de ron y recogiendo un cortante trozo de cristal comienzo a acuchillar una y mil veces a mi mujer, a mi amada, cortando mi vida entera, pues ella es mi vida, ella lo es todo, ella… era mía.

 

Tras este horrible sueño lleno de egoísmo y de esa loca creencia de que otros seres nos pertenecen en su totalidad sólo por el hecho de sentir amor por ellos, despierto siempre en esta celda de blancas paredes, atado a esta cama de blancas sábanas, escuchando a una mujer con blanca bata y blancos zuecos decirme que es la hora de tomar las blancas pastillas. Esas pastillas que debo tomar todas las mañanas porque ya se ha pasado el efecto de las últimas que tomé. Esas pastillas que debo tomar para soñar en colores y escapar así del blanco que me aprisiona. Esas pastillas que lo único que consiguen es que, al soñar, no recuerde mi pasado. Esas pastillas que, sólo a veces, no me quitan lo suficiente de mí mismo como para que pueda darme cuenta de que ese sueño no fue un sueño, de que mi mejor amigo murió a mis manos, de que mi mejor amiga, mi mujer, está marcada para siempre por culpa de mi locura, de que ya nunca jamás podré entrar en una taberna con mi esposa y jugar unas partidas de futbolín con mi mejor amigo mientras Andrea bebe un ron con limón (Brugal, por supuesto) sentada en su taburete.

UN LIBRO

UN LIBRO

Si escribo un libro, corrige mis faltas

y haz que no muera en polvo, por favor,

que no se amargue en una estantería, échalo

a volar, que viaje lejos hasta un corazón

que lata fuerte y no sepa de mí; como un corzo

corriendo hacia el arroyo huyendo del miedo,

a ratitos me ocupo de esas cosas que a diario

no se perciben porque son una hoja de fresno,

un grano de sal nadando en el mar o un zapato

sin cordones, y pinto mi autorretrato;

deseo que el olvido recuerde no venir.

UN HIJO

UN HIJO

Si tengo un hijo, críalo conmigo

y haz que no grite si no es por vivir; como ayer

que no había sonrisas sin payasos ni columpios,

me parece a mí; con las ceras de Manley

se pintaba un arco iris bajo la luna de tu casa

en diez minutos, y era real. ¿Qué es lo que quiero?

no tener el tiempo atado a la muñeca

y parar para amarte en cada abrevadero

como un par de caballos imprudentes

con la crin suelta al viento, desatados;

deseo que el invierno no llegue hoy aquí.

UN ÁRBOL

UN ÁRBOL

Si planto un árbol, dame algo de savia

y clorofila que respire de ti; como un pez

que sin sus branquias se asfixia y se consume

me siento yo aquí; con mis anzuelos de papel,

sin coletazos de alegría luchando contra mil cañas

a destajo; que aquí abajo, en mi agujero

no consigo echar raíces ni florecen los manzanos,

asustados porque están llenos de miedo.

Como un rey de copas de tronco grueso

con una sota de cualquier palo llena de besos,

deseo que hoy la muerte no se fije en mí.

LEYENDA DEL EXPLORADOR Y LOS SALTOS

LEYENDA DEL EXPLORADOR Y LOS SALTOS

Un explorador chocó

contra un salto de canguro

que se habían olvidado

los marsupiales; “seguro

que andaban de fiesta”,

pensó el hombre del sombrero

salakof y a grito limpio

dijo: ¡Canguro lunero,

rapero y cascabelero,

tengo aquí tu salto entero!

 

Un explorador que andaba explorando (supongo) por la Senda ecológica del Tajo se encontró un salto de canguro que algún marsupial había perdido; lo guardó en su mochila y se puso a buscar al animalito; no debía ser difícil localizar al único canguro que no saltaría al verle; sin embargo, a medida que avanzaba entre higueras y tarais iba encontrándose más y más saltos perdidos. “¡Esto es una catástrofe!”, pensó, “¡los canguros están perdiendo sus saltos!”, y poco a poco fue llenando su mochila de más y más saltos; también se encontró con una oca, pero no tuvieron una conversación lo bastante interesante como para escribirla aquí. Pues bien, justo en el momento en que ya no le cabían más saltos en la mochila, apareció una horda de aviones, que son como las golondrinas, pero sin corbata, porque van de sport y, en este caso, además eran asesinas, porque asesinaban; el explorador se puso a hacerles fotitos, claro, y los aviones se lo merendaron a base de bien.

 

¿Y qué pasó con los canguros y con la mochila llena de saltos?, os preguntaréis, ¡yo qué sé!, aún me cuesta entender cómo es posible que por la Senda de Toledo haya canguros salvajes; yo no los he llegado a ver, pero cuentan que es porque se esconden mimetizándose con el puente Alcántara, como los camaleones. Si algún día, pasea que te pasea, os encontráis una mochila saltarina, sabréis que esta historia no es sólo una leyenda.

DISPAROS

DISPAROS

Cuando disparo al viento hiero las gotas

de tu mirada fresca y tu suspiro;

 

cuando disparo un verso, soy un papiro;

 

cuando ametrallo el odio, ato mis botas;

ato fuerte mis botas, ¿no lo notas?,

comienzo a caminar y ya respiro;

 

a vueltas otra vez, un nuevo giro,

el puerto es una nube de gaviotas,

apunto al viento, al verso, al odio todo;

disparo nuevamente, pero fallo;

 

y quedo ensimismado por mi suerte,

descubro por azar que ando beodo;

dejo de disparar, y ya me callo.

YO TENÍA UN PATITO

YO TENÍA UN PATITO

Yo tenía un patito. Lo gané en una feria, me lo dieron en una de esas casetas en las que coges una escopeta que nunca da en el blanco. Disparé a seis patitos amarillos y acerté cinco, a uno en la cabeza, a dos en el cuello y a otros dos en la colita. Bueno, no es que acertase exactamente, fallé todos los disparos; menos el que disparé al aire, que se marchó la bala por el aire, los demás los fallé: apuntaba a un patito y le daba a otro, apuntaba al patito de más a la izquierda y le daba al patito de más a la derecha, apuntaba a un bebé que tenía al lado y le daba al patito del centro. Gané un patito, un patito feo, muy feo, más feo que el Patito Feo, más que nada porque el Patito Feo era un cisne, y el mío sólo era un pato. Un mierdecilla de pato. Un pato cobarde. Un pato feo y cobarde.

Yo tenía un patito. Era un patito feo y cobarde. Oía la campana del microondas y se escondía tras las cortinas. Veía mis zapatillas de andar por casa y se escondía tras las cortinas. Notaba el tacto de las cortinas y saltaba por la ventana. Murió, claro. Al primer salto. Era un patito un poco tonto.

Yo tenía un patito. Era un patito feo, cobarde y tonto. Murió de tontería, pensó que era un suicida y saltó por la ventana. ¿Un patito suicida?, ¿dónde se ha visto eso? Yo le llamaba feo y él no me respondía. Le llamaba cobardica y sólo decía "cuá cuá". Le llamaba tonto y... bueno, nunca le llamé tonto. Sólo cuando murió, para que no tuviese baja la autoestima, más que nada, porque tonto era un rato. El caso es que me di cuenta de que los patos no son muy respondones que digamos. Y no saben traerte el periódico. Quizás sí que saben traer el periódico, pero como no saben coger el dinero con el pico, pues no pueden pagar el periódico y en los quioscos no te dan los periódicos gratis. Estuve a puntito de conseguir que llevase las monedas para el periódico en una bolsita de tela que le había cosido, pero murió antes de estrenarla, el muy gilipollas.

Yo tuve un patito. Era un patito feo, cobarde, tonto y gilipollas.

LOS TOLEDOS

LOS TOLEDOS

Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta para arriba, cuesta para abajo, cuesta en llano. Y encima la calzada de rolinstones, que vienen a ser igual que los cantos rodados pero para guiris, es decir, para destrozarte los zapatos y los pies. Al final de cualquier cuesta, una iglesia, o un museo, o una iglesia-museo o un museo de la Iglesia. Y muchas plazas con estatuas; la de Garcilaso De La Vega es la mejor, con diferencia, en lugar de una espada en la mano levanta una pluma; ¿y la espada?, envainada. Y bares, muchos bares, tantos bares como en cualquier sitio de la península, así que imaginad. Hay bares cuesta arriba, bares cuesta abajo y bares en llano. Resulta divertido llevar de bares a los amigos de fuera, cuesta arriba o cuesta abajo, evitando las calles en llano. Se cansan, todos dicen cuando llegan: “¡qué ciudad más bonita!” y al marcharse dicen lo mismo, pero con algunos cambios: “¡qué cuestas más costosas!”. Sí, parece que estén jugando al teléfono estropeado.

Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta llegar y cuesta marcharse; cuesta encontrar hotel para pernoctar y cuesta encontrar un restaurante sin encanto; cuesta verla entera en un fin de semana y cuesta verla entera en toda una vida; cuesta saber qué se debe ver en un día y qué se debe ver todos los días; cuesta explicar que el Miradero es en realidad un Mirador; que el Circo Romano pilla a desmano de los turistas; que los restos Visigodos nos sobran y por ello intentamos construir edificios sobre ellos; que, cuando sólo vas a pasar una mañana de visita turística, el Alcázar es prescindible y no la iglesia de Santa Eulalia, tan escondida ella del paso de los años…

Toledo es una ciudad de sorpresas; está toda llena de sorpresas y nuevas bellezas antiguas. Mi abuela la describía como un castillo sobre una nube, y no se equivocaba demasiado, aunque la nube es un río y el castillo es una ciudad de estrechas calles - por las que cuesta pasar los coches -, varios castillos y sinagogas y piedras frías pero acogedoras.

Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta el damasquinado y cuesta el mazapán; cuesta un sacacorchos descorchador y una taza con capacidad; cuesta entender las preguntas de extranjeros y cuesta orientarse por las indicaciones de los vecinos (la mayoría de los que preguntan por la Catedral terminan llegando hasta la Cornisa). Toledo sí que tiene callejeros, pero nadie conoce el nombre de sus calles, no, las calles son las de los bares, las de las tiendas, las del mazapán. Acércate a un taxista y dile que quieres ir al Callejón del Diablo o a Calandrajas, a ver qué te responde. O bien no la conocerá o bien su taxi maquillado no podrá pasar por dicha callejuela.

Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta no decir que está debajo de Madrid y cuesta decir que Talavera de la Reina es casi el doble de grande; cuesta no ver los siglos pasados por sus piedras, oler su color violeta, sonreír en su puente Alcántara.

Y, además, Toledo es una ciudad que cuenta. Sí, sí, que cuenta cuentos sacados de una bolsa mágica que consiguen hacer dormir, y soñar felizmente, al más activo de los niños y al más hiperactivo de los mayores, y a sus padres e hijos, como si mi ciudad fuese un columpio y todos pasáramos la vida en un balancín que no cesa.