LOS TOLEDOS
Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta para arriba, cuesta para abajo, cuesta en llano. Y encima la calzada de rolinstones, que vienen a ser igual que los cantos rodados pero para guiris, es decir, para destrozarte los zapatos y los pies. Al final de cualquier cuesta, una iglesia, o un museo, o una iglesia-museo o un museo de la Iglesia. Y muchas plazas con estatuas; la de Garcilaso De La Vega es la mejor, con diferencia, en lugar de una espada en la mano levanta una pluma; ¿y la espada?, envainada. Y bares, muchos bares, tantos bares como en cualquier sitio de la península, así que imaginad. Hay bares cuesta arriba, bares cuesta abajo y bares en llano. Resulta divertido llevar de bares a los amigos de fuera, cuesta arriba o cuesta abajo, evitando las calles en llano. Se cansan, todos dicen cuando llegan: “¡qué ciudad más bonita!” y al marcharse dicen lo mismo, pero con algunos cambios: “¡qué cuestas más costosas!”. Sí, parece que estén jugando al teléfono estropeado.
Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta llegar y cuesta marcharse; cuesta encontrar hotel para pernoctar y cuesta encontrar un restaurante sin encanto; cuesta verla entera en un fin de semana y cuesta verla entera en toda una vida; cuesta saber qué se debe ver en un día y qué se debe ver todos los días; cuesta explicar que el Miradero es en realidad un Mirador; que el Circo Romano pilla a desmano de los turistas; que los restos Visigodos nos sobran y por ello intentamos construir edificios sobre ellos; que, cuando sólo vas a pasar una mañana de visita turística, el Alcázar es prescindible y no la iglesia de Santa Eulalia, tan escondida ella del paso de los años…
Toledo es una ciudad de sorpresas; está toda llena de sorpresas y nuevas bellezas antiguas. Mi abuela la describía como un castillo sobre una nube, y no se equivocaba demasiado, aunque la nube es un río y el castillo es una ciudad de estrechas calles - por las que cuesta pasar los coches -, varios castillos y sinagogas y piedras frías pero acogedoras.
Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta el damasquinado y cuesta el mazapán; cuesta un sacacorchos descorchador y una taza con capacidad; cuesta entender las preguntas de extranjeros y cuesta orientarse por las indicaciones de los vecinos (la mayoría de los que preguntan por la Catedral terminan llegando hasta la Cornisa). Toledo sí que tiene callejeros, pero nadie conoce el nombre de sus calles, no, las calles son las de los bares, las de las tiendas, las del mazapán. Acércate a un taxista y dile que quieres ir al Callejón del Diablo o a Calandrajas, a ver qué te responde. O bien no la conocerá o bien su taxi maquillado no podrá pasar por dicha callejuela.
Toledo es una ciudad que cuesta. Cuesta no decir que está debajo de Madrid y cuesta decir que Talavera de la Reina es casi el doble de grande; cuesta no ver los siglos pasados por sus piedras, oler su color violeta, sonreír en su puente Alcántara.
Y, además, Toledo es una ciudad que cuenta. Sí, sí, que cuenta cuentos sacados de una bolsa mágica que consiguen hacer dormir, y soñar felizmente, al más activo de los niños y al más hiperactivo de los mayores, y a sus padres e hijos, como si mi ciudad fuese un columpio y todos pasáramos la vida en un balancín que no cesa.
5 comentarios
Cerro -
Tasio -
Un saludo y nos vemos
Cerro -
Octavia -
Un besazo , bienhallado.
Té la mà -maria -