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Cerrolaza

A lomos de veinte ardillas

A lomos de veinte ardillas

María Encarna fue la herencia que el Doctor Macías recibió en su nuevo puesto de trabajo. Otras veces había recibido una butaca, un estetoscopio o un simple pisapapeles. esta vez fue una paciente algo impaciente.

El Doctor Macías, un muy buen médico, por cierto, no era amigo de hacer amigos entre sus pacientes, por eso, cuando Mª Encarna se ponía a contarle su vida, él encauzaba la conversación hacia los resultados de las últimas pruebas; pero los resultados a Mª Encarna le importaban poco; ella prefería hablar de sus antiguos alumnos en la escuela; de sus sueños de ser actriz y protagonizar un remake de Rebeca; o, incluso, de lo simpáticas que eran las ardillas, algo bobaliconas, sí, pero muy simpáticas.

Pasaron los años y el Doctor Macías se estableció en la ciudad, pasó del alquiler a la compra de un piso, y decidió quedarse a vivir allí; y Mª Encarna allí seguía como una rosa, leyendo en su Ipad blogs y más blogs de relatos y poesía. Con el tiempo, la relación entre doctor y paciente fue ampliándose, de modo que, de vez en cuando, el Doctor Macías se sentaba a escuchar la vida de Mª Encarna, no demasiado tiempo, tenía siempre mucho trabajo, pero sí algunos minutos. Así fue como el Doctor Macías conoció parte de la verdadera historia de los diminutos, de los que nadie sabe dónde están, excepto Mª Encarna, que los conoció mucho tiempo atrás y era de los pocos seres humanos a quien éstos se mostraban; le contó, por ejemplo, que la noche anterior los diminutos la montaron a lomos de veinte ardillas (los caballos gigantes de los diminutos) y la llevaron al lago del Bosque Fles. Allí Mª Encarna pudo disfrutar de un plácido y relajante baño junto a Perico, el cocodrilo sin dientes, que intentaba morderle los pies y sólo conseguía hacerle cosquillas. ¡Qué risa le entró a Mª Encarna! Una vez se secó con las hojas de las plantas esmeralda del Bosque Fles (en realidad eran lechugas), los diminutos la llevaron a conocer a Jacobo, el duende de orejas muy puntiagudas, y ella, que era toda una maestra, le enseñó a dar palmadas. Fue un día de fiesta en todo el Bosque Fles. Por la noche, tras muchas canciones y bailes, las ardillas llevaron a Mª Encarna a casa, a descansar, aunque, como eran un poco tontas y nada sabían de gps, se perdieron por el camino y, cuando llegaron a buen puerto, ya eran las siete y media de la mañana.

Dr. Macías - ¿Tú trasnochando, Mª Encarna? 

Mª Encarna - ¡Schhh, no hable usted tan alto, Doctor Macías! Que ya es la hora de dormir. 

1 comentario

Mª Encarna -

Desde luego un poco tontas son estas ardillas, pues no sé si por culpa de ellas y de la estancia en el Bosque Fles, o porque me he vuelto paciente, hasta hoy no había encontrado tu nuevo cuento para dormir renacuajos. Bueno...yo a veces también soy un poco tonta ¡¡Gracias por todo: el escrito de Sofía, tu bondad, tu relato!!. Me he reído un rato y luego con mis amigas "me daré importancia" con esto de que aparezca mi nombre en alguno de tus cuentos.