Algunos personajes de Claraboya 3
IRENE GYM
Estoy frente a la casa de Irene. Quedan
cinco minutos para las once. Abro mi
bolso de cuero, saco el termo y la taza
metálica y lleno ésta con chai tea.
Rafael Sarmentero
Irene Gym era una niña morena, de mirada triste y boca recta, de esas bocas que casi nunca se tuercen en sonrisa. Ella y Clarita eran como hermanas, se pasaban las tardes de verano canturreando por los maizales, saltando a la comba o cazando saltamontes y mariposas, y buscando sin cesar un fantástico camaleón que jamás encontraron por esos lugares y que, quizás, Irene encontró en el nuevo pueblo al que se marchó a vivir en libertad. Irene Gym, a veces, parecía ese camaleón deseado, su piel mutaba de color carne y cogía un bonito color lila, pero más oscuro, y su mirada se apagaba más que el fondo de un baúl vacío. Rufo Gym, su padre, era demasiado cariñoso con sus hermanas mayores, y demasiado bruto como para parecerle cariñoso a Irene.
Una mañana de verano, amaneciendo, Irene fue hasta la puerta de la casa de Clarita, dejó encima de la alfombra un frasco lleno de pétalos y mariposas, en señal de amistad eterna y corrió, corrió sin parar hasta nadie sabe dónde. “Es posible que ahora esté junto a Ricardo Plum” - piensa de vez en cuando Clarita; “es posible que ahora viva libre y con una boca torcida en sonrisa y un camaleón por mascota”. “Sí, seguro que es feliz, los pétalos de su frasco aún están bonitos”.
Una claraboya es una ventana abierta en el techo, y también un sentimiento. A nuestra amiga pelirroja le produce tranquilidad, calma de mar dormido. Y la transporta junto a Irene.
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