CHURROS CON CHOCOLATE
Allí estaba yo: corre que te corre detrás del autobús que acababa de arrancar sin prestar la más mínima atención a mis aspavientos ni a mis gritos. Después de una larga carrera de unos cinco metros, me detuvé asfixiado apoyando las manos en las rodillas para poder sujetar mi cuerpo en pie. Aún así, mi mente no se centraba en el cansancio, sino en el cabreo por haber perdido el bus y la imposibilidad de llegar a tiempo a la reunión, porque me dirigía a una reunión, claro. Me acerqué al parque más cercano, bebí agua de una fuente y me dispuse a sentarme en un banco a descansar; entonces ocurrió: justo en el momento en que mis posaderas tocaban el asiento de madera, el banco empezó a absorberme (¡schiiiuuup!) para transportarme hasta otra dimensión; sin embargo, no caí en el vacío gritando ni agitando los brazos, como supuse nada más darme cuenta de lo que pasaba, sino que me quedé levitando entre el asiento del banco y el suelo viendo a la gente pasar, entre ellos, una madre con un niño que dio una patada a un balón que acertó en mis narices y un perro meón que levantó su pata debajo del banco, quizás para comprobar si mis zapatillas eran impermeables. Yo, claro, insulté al niño de la pelota incluyendo a su madre en dicho insulto e intenté arrear una patada al chucho, pero me fue imposible, pues mis palabras no se oían ni mis extremidades me respondían. Estaba atrapado en una burbuja de aire debajo de un banco del parque y parcía que nadie podía ayudarme.
Dos minutos más tarde, cuando creía que iba a morir de inanición y locura, se me acercó una hormiga y me dijo: “¡sgrup, sgrup!”, a lo que yo no respondí, pues no hablo Hormigo. El bicho pareció enfadarse ante mi silencio y repitió: “¡sgrup, sgrup!” y, como yo volví a callar, sacó una ballesta y me disparó a los ojos chasqueando además una patita para avisar a un grupo de hormigas pigmeas con cervatanas gigantes (gigantes para ellas, que eran diminutas, pues realmente eran mircocervatanas) que me pinchaban con sus dardos por todo el cuerpo. Yo decía “¡ay, ay, ay!” y cosas así, pero nadie me oía. Por suerte, un paseante aplastó a la horda de hormigas pigmeas con su zapato y, supongo que porque era un paseante, siguió paseando.
No sé el tiempo que pasé en la dimensión de “debajolbanco” (que fue el nombre que me dio por ponerle a la nueva dimensión en un alarde de originalidad), pero vi pasar varios autobuses que podrían haberme llevado a la reunión. Y, de pronto, sin más, caí al suelo. No me hice mucho daño, pues fue una caída de unos diez centrímetros. Salí de debajo del banco, me limpié el polvo, di una patada al primer perro que vi e insulté a un par de madres que andaban por allí y me volví hacia casa. Yo pensaba que había vuelto a mi vida normal, al mundo que conocía, por eso me extrañó mucho ver varias personas con orejas de elefante volvando como Dumbo y varios elefantes con patas de conejo intentando saltar por las calles, aún así no le di mucha importancia - ¡cosas más raras se han visto! - pensé -, yo no, pero seguro que hay personas que han visto cosas más raras. Y me fui a dormir.
Al día siguiente, subí las persianas y vi un cerdo volando, me asusté, pero luego reparé en que era un anuncio de la tele que tengo junto a la ventana (la tele, no el anuncio). “¡Uf!”, dije, y me fui a desayunar churros con chocolate.
3 comentarios
Cerro -
marta -
nofret -
Tendré cuidado al sentarme en los bancos de las plazas, no sea que esa dimensión desconocida llegue hasta aquí... :o