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Algunos personajes de Claraboya 1

Algunos personajes de Claraboya 1

RICARDO PLUM

-          ¿Qué pasa, Mariposa? ¿Son bandidos o son aparecidos? Ay...

¡Tengo miedo, Mariposa!

Isabel Allende

Clarita odia el ruido de las tuberías de su casa. Cada vez que utiliza la cadena o abre el grifo del baño, las tuberías comienzan su canto, su griterío, a través de las paredes de madera de la casa. Clarita cierra el grifo y sube al desván corriendo, allí se oyen menos los gritos. Ella sabe que nunca debieron mudarse a la calle Corges: allí vivía el fantasma de Ricardo Plum, el niño que iba a su clase en Segundo de Primaria, con siete años, y desapareció sin dejar huella. Se ahogó en el arroyo, seguro. Todos los niños lo decían. Ahora su fantasma vagaba por la casa gritando y pidiendo a sus padres que no se fuesen de allí, que no se mudasen a ningún pueblo cercano con la intención de olvidarlo, de no echarlo tanto de menos.

 

Ricardo Plum era un chaval soso, le faltaba ese punto de sal que hace a los niños traviesos y le faltaba esa mirada clara  de monaguillo que obliga a las madres a decir “¡qué niño más guapo y más bueno!”. La madre de Ricardo, claro, no lo veía así, para ella, igual que cualquier hijo para su madre, su hijo era el más bueno, el más guapo, el más dulce del pueblo y del mundo, y parte del extranjero. No obstante, Ricardo Plum tenía de dulce lo mismo que el queso azul. Tampoco es que fuese un chiquillo maleducado, ya digo que le faltaba ese punto de sal. Era soso, un chaval soso. El día que desapareció y las semanas siguientes fueron sus quince minutos de gloria, el tiempo en el que no pasó desapercibido para nadie, aunque tampoco es que nadie le viese el pelo, pues fue desaparecer una vez y no se le volvió a ver jamás. Se ahogó en el arroyo, seguro. Todos los niños lo decían.

 

El fantasma de Ricardo Plum, el que vivía en la casa de Clarita, al menos eso creía con todas sus fuerzas ella, era otra cosa. Más que soso era salado, quizás en demasía. Sus gritos eran molestos a veces, divertidos a veces. Resultaba muy gracioso escuchar a la madre de Clarita decir a través de sus ojos acaramelados que no quería oír ni una palabra más cuando estaba enfadada y que, de pronto, se escuchase el regurgitar de las tuberías. Le ponía de los nervios, se le hinchaba la vena del cuello y se daba la vuelta enfurruñada. Clarita no podía evitar soltar una risita sin malicia. Era el único momento en el que las tuberías, digo el fantasma de Ricardo Plum, no le daban miedo.

 

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