SOBRE TULIPANES Y CANES
Los soldados, en el campo, no dejan crecer las flores. Cuando dejaron de sonar las máquinas, habían tejido un manto de dedos, manos, brazos y otros restos sangrantes sobre el suelo flamenco antes verde y lleno de tulipanes. El suelo de Flandes no dice nada, porque, mudo de espanto, no puede abrir la boca. Si pudiese se tragaría esos cuerpos y volvería a dejar crecer las flores. Los tulipanes, como veis, a causa de la guerra, tienen que emigrar a otro país, con el consiguiente esfuerzo que supone a su tallo el éxodo y el cruce sin pasaporte de fronteras. ¿Qué hacer? - se preguntan los tulipanes ancianos. Los dependientes de las floristerías les intentan ayudar, pero no saben cómo. Ellos sólo entienden de ramos, sanvalentines y miradas de pétalo de rosa, de ésas que suavizan los corazones. Al fin, una idea surge en el correveidile con la cara llena de granos de adolescencia.
Dos guardias civiles en prácticas divisan una patera y dan la voz de alarma. ¡Alarma! Y bajan todos, los de prácticas y los funcionarios más experimentados, hasta la playa y se mojan los pies - y las botas de charol, que decía Federico -, al saltar las primeras olas del amanecer para pillar por sorpresa la barcaza. Sus rostros se quedan atónitos al ver que la balsa no está llena de otra cosa que no tenga savia en sus venas y, como cambiando los papeles en la función, sueltan las armas y las linternas, y la mala leche, y dejan libres sus dos manos para abarcar más pétalos, y pistilos y estambres, y llevarlos al interior de Cádiz.
Los soldados en el campo, durante su día de permiso, han descubierto la mejor manera de cortejar a sus amadas, para convertirlas en amantes. y arramblan con todos los tulipanes de Cai, por amor, dicen; los tulipanes no dicen nada, porque son seres muy callados, pero piensan en el futuro. Allá por el dos mil o el tres mil quince se rebelarán, harán su propia revolución. Entonces, no sólo acabarán con los soldados y los domingueros que destrozan los campos con sus fusiles y su sangre y sus manteles a cuadros y sus tortillas de patata, no, también acabarán con las ardillas, por bobas. Las ardillas, que saben el crudo final que les espera, deciden emigrar a otro país. Pero no entienden de geografía y, luego de un largo viaje en un camión lleno de fresas (y de ardillas), sólo llegan hasta el parque de las Tres Culturas, en Toledo.
El Parque de las Tres Culturas, tras la revolución de los Tulipanes del dos mil o tres mil quince, es reconocido como parque de reserva natural (por las bobas de las ardillas y sus despensas llenas de avellanas) y sus puertas únicamente abrirán a los ministros visitantes y a algún que otro imbécil. Y mis hijos, o mis nietos, o etcétera, no podrán pasear al perro por el parque. Por culpa de los soldados.
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