PARA QUE NO ESTÉN CANSADOS
Mira, el columpio rompe el viento en un vaivén
y un par de pies colgantes rasgan papeles
mientras la risa asoma bajo una nariz redonda.
Gírate, que el balancín siempre sube y sube,
una y otra vez hasta igualar un kilo de lentejas
con un litro de batido de vainilla.
¡Eh! Que las palas y los cubos, y los rastrillos,
levantan muros y almenas, defensas inquebrantables
contra el paso de los años.
Oye, las metralletas, algunas veces, tan sólo matan
monstruos de aire y de armario; otras veces,
empapan de agua los odiados trajes de domingo.
Escucha, ¿no te parece estar junto al Mediterráneo?,
tengo una concha mágica que me regaló el abuelo.
Y dime si esta vez los indios no dejarán
que muera el último bisonte, o si, de nuevo, los vaqueros levantarán
sus vallas de alambre de espino, del que pincha como una rosa.
¡Vamos!, despierta ya del sueño del parque
que debemos volver con mamá y papá hasta casa;
son ya casi las ocho y ya sabes que los Lunnis son siempre puntuales;
pues los columpios deben dormirse pronto,
para estar descansados mañana a la tarde.
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Anónimo -