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Cerrolaza

CAMPANA SOBRE CHAMPAÑA

CAMPANA SOBRE CHAMPAÑA

Dicen que el sonido de la campana es eterno, que es el único instrumento

que puede producir el mismo sonido con el paso de los siglos.

M.E. Pérez Ayuso


Mientras Ángeles, Érika y Laura formaban un muro infranqueable para evitar que mis perros se zampasen a tía Matilde y, en el otro lado del salón, mi sobrina Aurora y su primo Pablo, bajo la maternal mirada de tía Alicia, abrían los regalos de reyes el día de Navidad, bañados en banda sonora de Campana sobre Campana cantada por mi primo José Antonio -y sobre campana una -, yo pensaba en Naná: aquella chiquilla de rizados cabellos que salía de la casa de enfrente a la mía cada mañana con la sonrisa haciendo amanecer al sol y los ojos brillantes, casi dando saltitos de alegría hacia el instituto. Yo me asomaba a la ventana para ver al niño en la cuna... digo... para verla y, por unos instantes, imaginar que me dejaba acompañarla llevando sus libros. Ya sabéis que yo, de pequeño, era muy caballeroso: cedía el asiento a los mayores, llevaba las bolsas de la compra a las abuelitas y esas cosas que, no sé por qué será, se me han ido olvidando con el tiempo; pues eso, que me gustaba pensar que me hacía el paseo hasta el insti supercontento por ir al lado de esa chica cargando sus libros y, claro, los míos. No sé por qué me vino a la mente Naná, supongo que por la nostalgia que otorgan fechas tan familiares, o por el empacho de chocolate y roscón, o, quizás, por ser la primera Navidad sin nuestro querido Jaime... no sé, el caso es que nunca me atreví a hablar con Naná, ni a acompañarla, ni he vuelto a verla, que yo sepa, desde que se fue a estudiar Filología Románica, como mis padres.

Unos años después, comenzada la carrera y recogido mi rebaño, volvía yo hacia mi portal de comprar en el Día un poco de requesón, manteca y vino y, en ésas, me choqué con una muchacha de rizados cabellos, ¡plaf!, ¡ups!, “perdón”, “no importa”... Al rato, Encarna, que así se llamaba, y yo estábamos tomando un café . Vestía traje de chaqueta y estaba muy nerviosa, y no sólo eran los nervios normales por estar tomando café conmigo, en plan “¡estoy tomando café con Cerrolaza!”, que, por descontado, eran totalmente comprensibles; sino que, además, la nueva que traía Encarna, mientras los ángeles tocaban, era que ése era su primer día de trabajo como abogada. ¡Ups!, “llegaré tarde”, y se marchó, ni siquiera me dejó su teléfono, ni su número, ni pagó los cafés, ni los pagué yo cuando salí pitando de allí.

En cinco minutos llegué a casa, un pisito de alquiler en el que teníamos una caja de cartón de una tele en el centro del salón a modo de mesa (esta información no influye en esta historia, pero es verídica, como todo lo que yo cuento, Sofía lo puede corroborar, excepto cuando hablo de mutaciones provocadas por saltamontes vampiros, por supuesto) y pude ver el final de una película, no recuerdo el nombre, donde salía mi amiga Mª Luisa como extra. Aunque sólo se la veía dos segundos entre una multitud, ella estaba muy contenta porque había podido cumplir su sueño de ser actriz y, una vez cumplido, volver a dedicarse a sus alumnos, sus clases y sus obras de teatro, que era realmente lo que más le gustaba de su vida en el convento donde Luisa hacía años que había decidido tapar su rizados cabellos con una toca.

“Y sobre campana dos”, mi primo Jose seguía cantando cuando Pablo le interrumpió: “tío José, ¿dónde están las dos campanas de las que hablas?”; y entre risas de los mayores y un poco de plastilina mágica que le habían regalado a Aurora, primo David, que es un padrazo, hizo un par de campanas para Pablo, aunque más bien parecían dos champiñones, pero bueno.

Luego, todos brindamos, aunque a los peques en lugar de champán, Ali y Cris les dieron una copa llena de leche. Y se fueron a dormir...

3 comentarios

Cerro -

Gracias a ti, Mª Encarna. Un abrazo.

Mª Encarna -

¡Estoy llorando! Me he emocionado de verdad. GRACIAS, GRACIAS. Ya soy una "viejecita", pero no importa porque en el largo camino siempre encuentras corazones llenos de bondad.
Tus relatos me encantan y aunque tu trabajo no te permita escribir todo lo que querrías ¡NO DEJES DE HACERLO! GRACIAS

Ali -

Me alegra mucho ver que la musa ha vuelto a visitarte.
No pares.
Besos