CAMISETA DE BRUJA
Caminaba yo por esa cosa gris que bordea la cosa negra por la que pisan los coches para que no me atropellase ninguno, que me lo ha enseñado Pakito y las cosas que enseña Pakito van a misa aunque no sea domingo, cuando de repente, ¡ZAS!, ¡qué golpe! “¿Es que no me has visto?”, me pregunta una voz de azúcar. Y no, ¡ay, despistado de mí!, no la vi. Ni a ella ni a su preciosa brujilla pintada en una camiseta de ésas que ves y te encantan, y te encantan y deseas que no existan, porque lo que debe existir debajo seguro que es mucho mejor. “Perdona, soy un poco torpe”. “Estás perdonado. Te invito a un café en mi casa”, pero no, no os hagáis ilusiones de sudores y besos aturullados mientras las prendas de vestir caen al suelo, a las sillas y a las mesas al ritmo de una canción cualquiera en una tarde estrellada de nubes: la invitación era para otra persona, la misma con la que conversaba por el móvil. Siguió su camino, pude ver su precioso corazón con forma de culo mientras se alejaba. La vida es una rueda que rueda y va recogiendo a su paso semillas de agua de mar, y a torpes como yo.
A los pocos días, seguía yo pensando en la camiseta, de verdad, no pensaba en la chica que la llevaba, bueno, también pensaba en ella - ¡ay, lectores míos!, sabéis que no puedo engañaros -, pero en cosas distintas. El caso es que la brujilla se parecía a mi maestra Doña Luciana. Doña Luciana era una maestra de las que te acuerdas toda la vida, de las buenas, pero tenía una pinta de bruja que, bueno, todos nos preguntábamos cómo era posible que no la hubiesen quemado ya en la hoguera. Recuerdo que Doña Luciana callaba cuando otros profes hubieran gritado y sonreía lenta cuando nos equivocábamos, como si a ella le hubiese pasado lo mismo en su niñez. ¡Como si los profes creciesen! ¡Qué va! Los maestros no crecen, no envejecen, nacen así, con miradas serias y entrenados para cerear y para cerear peloteramente, al menos a mí, que cuando veía un dos en un examen era porque se habían equivocado al entregármelo o me lo habían dado para que se lo pasase a un compañero. En fin, terminé por deducir que la brujilla de la camiseta era realmente Doña Luciana: la preciosa chiquilla que la portaba sería su hija, ¡claro!, llevaba la camiseta de su madre que su padre o tía hortera le había regalado por su cumple en lugar de la blusa que ella deseaba. Lo bueno era que yo sabía dónde vivía Doña Luciana. Decidí ir a “pedir de salir” a su hijita, así como quien no quiere la cosa, pero que lo desea más que nada.
¡Jé! Salté al autobús, me estampé contra la puerta cerrada, caí al suelo y un señor cualquiera que pasaba o paseaba por allí me echó un par de monedas cuando le extendí la mano para que me ayudase a levantarme. Con las dos monedas y el billete de 5 que había ganado en la pizzería - ¿os había comentado que soy pizzero?, pues sí, hago unas hamburguesas de lujo -, opté por subirme a un taxi hasta la casa de Doña Luciana y luego, al quedarme sin un chavo, pues que pagase ella los gastos de la cita, que yo soy muy moderno y no comparto esa idea de que los hombres paguen todo, más que nada, porque entonces no tendría dinero para ir de citas. Llegué, llamé al timbre, ¡me abrió la puerta la chica! Sí, llevaba puesta la camiseta, me invitó a pasar con una sonrisa pícara y me besó. Así como lo oís, me besó, a mí, al menda, me dio un besazo de los que no se pueden contar, así que… no os lo puedo contar. Después me dijo: “quiero que me tutees con tus manos” y yo le respondí: “¡qué cursi que eres, hija!”. Entonces las prendas de vestir cayeron al suelo, a las sillas y a las mesas al ritmo de una canción cualquiera en una tarde estrellada de nubes. Pasamos la noche en vela con mil velas de miel encendidas y la mirada de nuestro tacto en los lunares, la piel y los labios. Estuvo muy bien, por una vez no fui torpe, aunque aún sigo sin saber si esa chica era la hija de mi maestra o, en realidad, la bruja de la camiseta rejuveneció por una noche a Doña Luciana con su magia. ¡Glups!
5 comentarios
Comella -
Un cálido abrazo para ti y para Sofia.
Gilda -
white -
PabloA -
Un abrazo apretao.
Pablo.
Perseida -
No puedes evitar poemar en prosa "...al ritmo de una canción cualquiera en una tarde estrellada de nubes. Pasamos la noche en vela con mil velas de miel encendidas y la mirada de nuestro tacto en los lunares, la piel y los labios" !!Pero qué magia hay en tus letras!!!
Te dejo un beso, de casi Navidad, desde el Sur, como siempre, mi querido poeta de letras pintadas de azul y nácar.