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CRÓNICAS SOBRE MI ABUELITA 7. A BUEN ENTRENADOR...

CRÓNICAS SOBRE MI ABUELITA 7. A BUEN ENTRENADOR...

Si ya me lo decía mi abuelita: “hijo mío, a buen entrenador pocas palabras bastan”, pero yo no le hacía caso, y así me fue, que me pasaba todo el día hablándole al entrenador de natación y, claro, como lo hacía dentro de la piscina mientras nadaba, pues tragaba agua sin parar - ¡cof, cof!, tosía. Y Don Perico, que así se llamaba el entrenador, me tenía tirria y me daba ánimos en plan: “¡cierra el pico, leñe!”; y yo venga a hablarle y a hablarle. Le contaba lo que había desayunado, lo que había visto en la tele, si me habían castigado en el cole... ésas cosas de la vida diaria de un estudiante de 4º EGB. Yo sabía que a Don Perico le encantaba escuchar mis historias, no por la cara que ponía, que era más bien de asco que de otra cosa, sino porque cuando decía: “¡ya no puedo más!” y se lanzaba a la piscina en plan tigre y me inflaba a aguadillas, sé que lo hacía porque utilizaba la psicología inversa, que haces o dices una cosa, pero en realidad quieres decir o hacer lo contrario (por eso se llama psicología inversa, aunque también podría haberse llamado psicología contraria, reversa, invertida, opuesta o trastornada, pero bueno, es lo que hay, no le demos más vueltas o circunvalaciones).

En fin, tras varios meses de hablarle al entrenador en las clases de natación y de muchas aguadillas, un día me dio por bucear hasta el fondo de la piscina, pues me pareció ver allí abajo un broche dorado que no era otro que el famoso broche sajón de Kingston; así que buceé y buceé, lo agarré con la mano izquierda pensando que me haría rico y subí a la superficie en una especie de caída libre hacia arriba, vamos, en subida libre. Por desgracia, el broche no era más que una horquilla de mierda con un muñequito de Piolín que, al ser amarillo limón, me hizo confundirme. ¡Maldito Tweety!

Muy enfadado, cambié la piscina por las clases de solfeo; pero no pasé del RE menor – no me preguntéis por qué. Y de ahí a las clases de Mecanografía. Venga a teclear todo el día, clic, clac, clic, clac, clic, clac... Salía de las clases con los dedos destrozados. Un día un compañero, Marcos, que tenía cara de bobo, dijo que era más rápido que yo tecleando y que me echaba una carrera. ¡Preparados... listos... ya! Y él comenzó a teclear rápido como el viento y los guepardos, a lo que yo aproveché para agarrar mi máquina de escribir, estampársela en la cabeza y robarle el bocadillo. Después de eso, me convertí en el jefe de la clase de mecanografía de nivel 0. Lo malo fue que al poco tiempo pasé a nivel 1 y allí ya había otro jefe, con lo que mi hazaña con Marcos el bobo se quedó en el olvido. Si ya me lo decía mi abuelita: “hijo mío, las tumbas se abren a cada instante y se cierran para siempre”, o algo parecido.

2 comentarios

Gladys -

Hacía tiempo que no aparecía por tu casa, supongo que me pasa como al niño del cuento, me entretengo en otras cosas, etc, etc.
Sin embargo, lo bueno de volver es nadar de nuevo por tus renglones. Me encanta, nunca me cansaré de decírtelo.

MªE -

¡Qué relato tan simpático y divertido! Tienes un sentido del humor envidiable y una ironía tan graciosa y "angelical", que uno no se cansa de leer y releer tus escritos. He pasado un buen rato. Gracias.¡Felices vacaciones!, ah, pero no dejes de escribir.