Blogia
Cerrolaza

Animalitos

EL COCODRILO FRANCISCO

EL COCODRILO FRANCISCO

SOBRE EL COCODRILO FRANCISCO

El cocodrilo Francisco tiene 366 dientes, quizás porque nació un 29 de febrero. Su piel es seca, excepto cuando está mojada, dura como una piedra y escamosa, aunque su tripita es blandita y tiene muchas cosquillas, pero yo nunca me he acercado tanto como para hacérselas. Francisco aprendió a nadar a una edad muy temprana, y nada muy bien, pero no le dejan participar en las Olimpiadas por si se come al resto de nadadores. Él dice que nunca haría eso, que jamás se comería a siete seres humanos, pero es mentira, vamos, una mentirijilla, casi casi piadosa, si no tenemos en cuenta los siete asesinatos.

EL COCODRILO FRANCISCO Y SU HIPOCORÍSTICO

Al cocodrilo Francisco podéis llamarle Paco, pero desde lejos, claro, no os vaya a arrancar un brazo o una pierna o un brazo y una pierna. Y es que al cocodrilo Francisco le gusta la carne cruda, y si está viva mejor que mejor, pues es más entretenido comer seres vivos que muertos, tan sosos... eso dice él al menos.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LA MODA

Al cocodrilo Francisco le gustan los bolsos de pvc.

EL COCODRILO FRANCISCO Y EL AMOR

El cocodrilo Francisco no llora nunca, ni siquiera de mentira. Él prefiere rugir como un león mientras persigue algún bicho cuando está triste. Porque está triste a veces. La razón de su tristeza pasajera no es otra que Carina. Carina era una conejita blanca con las orejas rosadas. Estaban enamorados. Salían a pasear por la ribera del río agarrados de la pata –caminaban cojeando… era una estampa extraña -, veían puestas de sol y suspiraban soltando corazones de aire tiñéndolo todo de amor y felicidad. Tras su primera noche de amor, que pareció un instante, ambos quedaron dormidos; cuando el cocodrilo Francisco despertó, la vio a su lado, a Carina, tan bonita, tan delicada y pequeña, y ¡ZAM!, se la desayunó en plan tostada. Y eructó. Y volvió a dormirse.

EL COCODRILO FRANCISCO Y SUS MIEDOS

Al cocodrilo Francisco le dan miedo las arañas, tienen demasiadas patas. También le asustan las pelotas de playa de dos colores.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LOS DELANTALES

El cocodrilo Francisco nunca se ha puesto un delantal, ni un babero, y así anda, lleno de manchas de aceite y sangre por todo el cuerpo.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LAS SARDINAS

El cocodrilo Francisco no se junta con las sardinas desde el colegio; antes saltaba a la comba con ellas durante el recreo, pero un día tuvieron una trifulca y se llevó la bronca de doña Hernanda, la Dire, y desde entonces no hay mucho feeling con las sardinas.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LOS CAZADORES FURTIVOS

El cocodrilo Francisco odia a los cazadores en general y a los furtivos en particular. Y los acecha tras los matorrales para abalanzarse sobre ellos y ¡ZAM! rosquillas de meriendilla. Luego coge sus escopetas y las entierra, tiene más de veinte. Y cuelga en las paredes de su habitación los sombreros de los cazadores cazados, a modo de trofeo.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LOS DENTISTAS

El cocodrilo Francisco tiene muchas anécdotas sobre sus visitas al  dentista, pero la más divertida fue aquella relacionada con el óxido de nitrógeno.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LOS RELATOS

Al cocodrilo Francisco no le gustan los finales de cuento.

EL COCODRILO FRANCISCO Y LA MÚSICA

Al cocodrilo Francisco le gusta el death metal y la ópera belcantista del Barroco Medio; y sueña con un mp3 acuático, pero no le dejan entrar a las tiendas por si se come al dependiente; él dice que nunca haría eso… pero ya sabéis, niños, es una mentirijilla piadosa.

BUSCANDO PISO

BUSCANDO PISO

Llevaba un cocodrilo en el bolsillo de la camisa, lo que era un problema a la hora de intentar sacar la cajetilla de tabaco para coger un cigarrillo; además, el bolígrafo bic había desaparecido entre las fauces del animal, con lo que Miguel no pudo apuntar el número de teléfono de aquel anuncio. ¡Maldita sea!, se dijo, aquel era el único anuncio de pisos donde ponía expresamente que se permitían mascotas. Tuvo que memorizar el número, no podía llamar allí mismo, dado que su móvil se encontraba en el bolsillo de la camisa, junto al cocodrilito.

 

Para cuando Miguel llegó a casa de sus padres y pudo hacer salir al reptil engañándole con una galleta, su memoria había cambiado el número de móvil, no al completo, sólo un siete, que ahora se había convertido en un setecientos cuarenta y ocho y, claro, cuando llamó preguntando por el anuncio, una voz femenina le dijo que ella no alquilaba ninguna habitación, pero que le encantaría conocer a su mascota y, quizás, podrían irse a vivir con ella, todo era hablarlo. Y así Miguel conoció al amor de su vida, Carlota. Carlota era una chiquilla pecosa y olvidadiza a la que, desde el primer momento, le cayeron bien Miguel y su cocodrilo y les dejó quedarse a vivir con ella en su pequeño piso. Allí vivieron los tres muy felices, sacándose fotos, paseando por el parque, asustando a los vecinos... hasta un día en que Carlota había salido a comprar avecrem para un guiso de carne y no regresó, porque se le había olvidado la dirección de su casa. Miguel lloró mucho, unos cinco o seis minutos y después se comió el guiso, un tanto soso sin el avecrem, y se echó la siesta. Tomó el piso por herencia y se quedó allí a vivir con Fede, que así se llamaba su mascota. Tiempo después, Miguel supo por el periódico local que a Carlota se le había olvidado lo que era un paso de peatones y había muerto atropellada; unos minutos después Fede se zampó a Miguel de un bocado y se quedó tan pancho.

LA CIGÜEÑA FÁTIMA PARA ACORTAR (incluye aclaraciones para niños)

LA CIGÜEÑA FÁTIMA PARA ACORTAR (incluye aclaraciones para niños)

Aquella cigüeña se sentía más triste que una cereza verde porque no había tenido hijos. “¡Yo sólo quiero un cigüeñín!”, se lamentaba; pero su deseo nunca se cumplía. Un día se le ocurrió una idea, “si no puedo tener hijos propios, tendré hijos ajenos”, y puso en marcha su plan. La cigüeña planeó y planeó, es decir, que planificó su modus operandi y voló hasta lo más alto para luego dejarse caer bailando con el viento, de ahí que planease (de planear, ref. hacer planes o proyectos) y planease (de planear, ref. volar con las alas extendidas e inmóviles) - ¿entendéis, niños? -; pues bien, decía que la cigüeña se dejó caer a través de una chimenea hasta llegar al salón de una casa cualquiera de París - ¿conocéis París?, pues es muy bonito: tiene un río, una torre muy alta, varios museos, plazas, tiendas, cines... es una ciudad linda y original - y allí agarró un bebé con el pico, pues las cigüeñas, sabréis, no tienen manos como los chimpancés, y se lo llevó volando como un águila, aunque se parecía más a una cigüeña que a un águila, la verdad sea dicha.

 

En días posteriores, nuestra amiguita, la Cigüeña Secuestradora de Niños (la llamaremos Fátima para acortar), se dedicó a ir de casa en casa y de chalet en chalet recogiendo bebés y más bebés hasta tener ciento uno. Y no, no se hizo un abrigo de piel de bebé, porque no se llamaba Cruela Devil, sino Fátima para acortar, no, nuestra amiga se dedicó a ser mamá. Imaginaos la estampa: una mamá primeriza y sin manos con ciento un bebés llorones, dormilones y comilones (como vosotros cuando érais pequeños). Se cansó a los dos días y decidió devolverlos casa por casa y chalet por chalet; sin embargo, dado el hecho de que no había apuntado las direcciones en una agenda, porque, sabréis también, sabiondos, las cigüeñas no llevan abrigo ni camisa ni bolso y, por tanto, no tienen dónde guardarse un agenda, no fue capaz de recordar a qué casa pertenecía cada bebé - tened en cuenta que las cigüeñas no se parecen a los paquidermos y no se puede decir de ellas que tengan memoria de elefante -; así que lo que hizo fue dejar caer a los niños de casa en casa totalmente al azar, como en un juego de dados en el que se apuesta pasta italiana a la carbonara.

 

Cuentan que la cigüeña Fátima para acortar se quedó con un bebé al que llamó José, pero todos le decían Pepe. Pepe creció y se convirtió en un joven apuesto (como en los juegos de azar italianos) al que un día le dio por probar el sabor de la carne de cigüeña, pero ésa es otra historia.

 

En fin, Manolín y demás niños, ahora sabéis de dónde viene el dicho de que las cigüeñas traen a los niños de París, pero no os lo creáis, que es mentira podrida, como los huevos, los huevos podridos, claro... clara, y yema. FIN

YO TENÍA UN PATITO

YO TENÍA UN PATITO

Yo tenía un patito. Lo gané en una feria, me lo dieron en una de esas casetas en las que coges una escopeta que nunca da en el blanco. Disparé a seis patitos amarillos y acerté cinco, a uno en la cabeza, a dos en el cuello y a otros dos en la colita. Bueno, no es que acertase exactamente, fallé todos los disparos; menos el que disparé al aire, que se marchó la bala por el aire, los demás los fallé: apuntaba a un patito y le daba a otro, apuntaba al patito de más a la izquierda y le daba al patito de más a la derecha, apuntaba a un bebé que tenía al lado y le daba al patito del centro. Gané un patito, un patito feo, muy feo, más feo que el Patito Feo, más que nada porque el Patito Feo era un cisne, y el mío sólo era un pato. Un mierdecilla de pato. Un pato cobarde. Un pato feo y cobarde.

Yo tenía un patito. Era un patito feo y cobarde. Oía la campana del microondas y se escondía tras las cortinas. Veía mis zapatillas de andar por casa y se escondía tras las cortinas. Notaba el tacto de las cortinas y saltaba por la ventana. Murió, claro. Al primer salto. Era un patito un poco tonto.

Yo tenía un patito. Era un patito feo, cobarde y tonto. Murió de tontería, pensó que era un suicida y saltó por la ventana. ¿Un patito suicida?, ¿dónde se ha visto eso? Yo le llamaba feo y él no me respondía. Le llamaba cobardica y sólo decía "cuá cuá". Le llamaba tonto y... bueno, nunca le llamé tonto. Sólo cuando murió, para que no tuviese baja la autoestima, más que nada, porque tonto era un rato. El caso es que me di cuenta de que los patos no son muy respondones que digamos. Y no saben traerte el periódico. Quizás sí que saben traer el periódico, pero como no saben coger el dinero con el pico, pues no pueden pagar el periódico y en los quioscos no te dan los periódicos gratis. Estuve a puntito de conseguir que llevase las monedas para el periódico en una bolsita de tela que le había cosido, pero murió antes de estrenarla, el muy gilipollas.

Yo tuve un patito. Era un patito feo, cobarde, tonto y gilipollas.

SOLEDAD Y PERRITO

SOLEDAD Y PERRITO

Es posible que, durante el amanecer de un sábado cualquiera, la soledad encontrase a su amante, el perro. Es posible que juntos fuesen a ladrar al viento, a las nubes y a los noctámbulos que marchaban a su casa. La soledad, seguramente, se apellidase Desierto y el perro, por descontado, no tenía nombre de pila, por lo que Sole le apodó Perrito. Soledad y Perrito llegaron a parecer multitud, aunque nunca se hicieron verdadera compañía.

EL INFIERNO ESTÁ LLENO DE BUENAS INTENCIONES

EL INFIERNO ESTÁ LLENO DE BUENAS INTENCIONES

Anoche vi un dragón sobrevolando el campanario. Tenía mil patas, siete cabezas y muy malas intenciones. De repente, dos de sus catorce ojos se fijaron en mí y, en un pestañeo, tenía al dragón en mi terraza observándome. Con siete voces aterradoras a coro me dijo: "Me llamo Mundo". Así que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Mundo está lleno de malas intenciones. 

RISAS DE HIENA

RISAS DE HIENA

La hiena no tiene casa, ni chalet en primera línea de playa; no tiene tele, ni radio, ni conexión ADSL. La hiena no saca a su hijita la hienita a pasear en su charricoche de bebé, ni bebe J&B con hielo en vaso de tubo. La hiena no celebrará el fin de año ni se hará propósitos incumplibles para el nuevo año. La hiena no sabe de cenas románticas a la luz de las velas sino de festines a base de carroña y ardillitas heridas. La hiena nunca ha podido limpiarse las manchas que le dejó el betún de las botas que la pisoteaban casi recién nacida. La hiena no puede estarse quieta ni poner cara de póker cuando juega al póker, o cuando echa un órdago al mus. La hiena pasa hambre y miserias y ningún niño la quiere como animal de compañía, por eso su nombre jamás podrá leerse en una carta a Papá Noel o a los Reyes Magos. La hiena estorba a la otra hiena, que tiene más hambre que ella. La hiena nace, no crece demasiado, se reproduce si tiene suerte y muere en lo más hondo de la indiferencia humana. ¿De qué coño se ríe la hiena?

LA CABEZA LLENA DE PÁJAROS

LA CABEZA LLENA DE PÁJAROS

No es que fuera un soñador, pero tenía la cabeza llena de pájaros. Literalmente. De sus cabellos se agarraban las patas de dos canarios, un ruiseñor y un cuervo; además, revoloteaban a su alrededor varias palomas grises y tres urracas. Ángel, que así se llamaba el hombre-nido, guardaba bajo sus cejas, bajo manchas de cagadas, plumas y picotazos, una mirada intensa, llena de odio y frustación. Los odiaba, a todos, aborrecía sus graznidos, sus gorjeos y piares; odiaba el batir de sus alas y sus patitas pinzadas a su pelo; y se sentía frustado, mucho, ya que nunca consiguió deshacerse de ellos. Se volvió insomne, pasaba las noches en vela ideando tácticas de batalla contra sus celestes inquilinos. Sin embargo, cuando ya hubo intentado todo para que se fueran lejos, al mismísimo infierno, desistió. Lo más que logró fue que migrasen unos meses, entre los seis y los siete años y los doce y trece, pero siempre volvían en primavera para convertir la vida de Ángel en el más triste de los otoños.

Pasados los peores momentos: la infancia sin amigos, la adolescencia sin amigas, la universidad sin beca de estudios..., Ángel decidió dejar de odiar tanto y aprender a dormir tranquilamente. Y  su mirada cambió a otro color. Suavidad y destellos de esperanza. Les puso nombres a todos sus pájaros, les hablaba por medio de un espejo para poder mirarles a los ojos, incluso llegó a echarse alpiste sobre la cabeza los días que alguno cumplía años. 

Por lo demás, Ángel era un tipo corriente, sacaba a pasear al perro por el parque, observaba con hambre despierta los traseros de las muchachas guapas, se ponía gafas de sol aunque estuviese nublado... Eso sí, nunca vio Los Pájaros de Mister Alfred ni leyó Los Santos Inocentes de Don Miguel.

Vivió una larga vida llena de buenos momentos y de momentos para olvidar; no tuvo hijos, aunque sí se consideró el abuelo de muchas crías de canario, suiseñor, cuervo, paloma y urraca. Todos con sus nombres y apellidos, para distinguir. Cuentan que murió con una enorme sonrisa, luego de haber llenado con alpiste todos los platos y cuencos de su vajilla, escrito una nota con lágrimas de despedida y tumbado en el suelo bocarriba para ver a sus amigos revolotear lentos. Tenía una vida indiferente y solitaria; la despensa agotada hasta el punto de verse impecable, la cama espolvoreada de ausencia, los bolsillos y la hucha vacíos, y la cabeza llena de pájaros.    

SOBRE TULIPANES Y CANES

SOBRE TULIPANES Y CANES

Los soldados, en el campo, no dejan crecer las flores. Cuando dejaron de sonar las máquinas, habían tejido un manto de dedos, manos, brazos y otros restos sangrantes sobre el suelo flamenco antes verde y lleno de tulipanes. El suelo de Flandes no dice nada, porque, mudo de espanto, no puede abrir la boca. Si pudiese se tragaría esos cuerpos y volvería a dejar crecer las flores. Los tulipanes, como veis, a causa de la guerra, tienen que emigrar a otro país, con el consiguiente esfuerzo que supone a su tallo el éxodo y el cruce sin pasaporte de fronteras. ¿Qué hacer? - se preguntan los tulipanes ancianos. Los dependientes de las floristerías les intentan ayudar, pero no saben cómo. Ellos sólo entienden de ramos, sanvalentines y miradas de pétalo de rosa, de ésas que suavizan los corazones. Al fin, una idea surge en el correveidile con la cara llena de granos de adolescencia.

Dos guardias civiles en prácticas divisan una patera y dan la voz de alarma. ¡Alarma! Y bajan todos, los de prácticas y los funcionarios más experimentados, hasta la playa y se mojan los pies - y las botas de charol, que decía Federico -, al saltar las primeras olas del amanecer para pillar por sorpresa la barcaza. Sus rostros se quedan atónitos al ver que la balsa no está llena de otra cosa que no tenga savia en sus venas y, como cambiando los papeles en la función, sueltan las armas y las linternas, y la mala leche, y dejan libres sus dos manos para abarcar más pétalos, y pistilos y estambres, y llevarlos al interior de Cádiz.          

Los soldados en el campo, durante su día de permiso, han descubierto la mejor manera de cortejar a sus amadas, para convertirlas en amantes. y arramblan con todos los tulipanes de Cai, por amor, dicen; los tulipanes no dicen nada, porque son seres muy callados, pero piensan en el futuro. Allá por el dos mil o el tres mil quince se rebelarán, harán su propia revolución. Entonces, no sólo acabarán con los soldados y los domingueros que destrozan  los campos con sus fusiles y su sangre y sus manteles a cuadros y sus tortillas de patata, no, también acabarán con las ardillas, por bobas. Las ardillas, que saben el crudo final que les espera, deciden emigrar a otro país. Pero no entienden de geografía y, luego de un largo viaje en un camión lleno de fresas (y de ardillas), sólo llegan hasta el parque de las Tres Culturas, en Toledo.

El Parque de las Tres Culturas, tras la revolución de los Tulipanes del dos mil o tres mil quince, es reconocido como parque de reserva natural (por las bobas de las ardillas y sus despensas llenas de avellanas) y sus puertas únicamente abrirán a los ministros visitantes y a algún que otro imbécil. Y mis hijos, o mis nietos, o etcétera, no podrán pasear al perro por el parque. Por culpa de los soldados.

LA POLILLA

LA POLILLA

Hace un par de días, justo aquí al lado, en la puerta contigua, vivía una polilla llamada Láxis. Láxis era algo pijotera, no porque dijese oseas ni extramegasuperguay, sino porque le encantaba hartarse a mordisquear la ropa de marca. A mis vecinos, los dueños de la casa donde Láxis revoloteaba, no les importaba tener una inquilina cuya máxima diversión consistía en atacar cocodrilos de tela. Quizás porque nunca consiguieron tener hijos, o bien porque eran algo pardillos, mis vecinos querían mucho a Láxis. La sacaban de paseo, le compraban ropa de bebé, la dejaban dormir en el armario de su dormitorio... Todos parecían felices a más no poder. ¿Y qué pasó?, ¿y qué pasó?, pregunatréis, estimados niños. Pues qué podía pasar, mil aventuras vivió Láxis en sus búsquedas de tesoros de botones, luego murió, porque las polillas no viven demasiado. Y todas las camisetas de la casa de mis vecinos fueron felices y comieron perchas de madera.